4.19.2009

Historias Laborales

MUJERES INVISIBLES

Por Carolina Roco

La gente camina de un lado a otro buscando comprar algo. Cualquier cosa. Comprar es terapia, dicen. En el baño de mujeres, las señoras se miran al espejo antes de seguir la travesía de sobrevivir al stress de los centros comerciales.

En el baño no se ve rastro de suciedad. Los vidrios están impecables y el piso brilla, pero ninguna de las mujeres que se encuentra allí lo nota. Pasan con rapidez, el baño es sólo una parada más antes de seguir comprando, bebiendo café o tomando helados.

A quien le importa quien limpia ese lugar. A nadie le interesa realmente quien pasa la mayor parte de su día metida allí. Mientras disfrutamos del aire acondicionado del mall, la señora Carmen limpia baños. Con el traje azul y el olor a cloro en los guantes verdes. Invisible.

Lleva dos meses ahí. Ha visto pasar a millones de personas, pero nadie la ha visto a ella. Toda la vida se dedicó a ser nana, pero quedó cesante y su marido se enfermó. No hubo otra opción que buscar cualquier trabajo. “Cuando se enferma el jefe de hogar, la carencia de dinero se hace fuerte”, explica mientras pasa un trapero por el suelo. El miedo ante la “crisis” la obligó a terminar limpiando los baños del Mall Plaza Vespucio. “En estos tiempos ya no tienes opción. Hay que trabajar, ya no puedes estar regodeándote por el trabajo”.

Mira con calidez, pero responde con pena, como rendida. “La plata ya no vale nada en este país” lanza de repente, mientras se mira a si misma en el reflejo del piso. Durante media hora, han pasado unas veinte mujeres. Ninguna la ha saludado. De verdad parece que no existiera. Una señora entra al baño. “No tiene confort”, dice la dama en voz alta. Carmen reacciona inmediatamente: “¿no tiene?, lo vamos a cerrar al tiro”, pero la mujer ya está demasiado lejos para oírla.

Sus ojos pardos se mezclan con las arrugas de su rostro, en su piel canela, en sus años de trabajo. Sus guantes verdes esconden sus manos gastadas. Pero su desesperanza no puede disimularse con nada. Suspira y repite lo difícil que es vivir con el mínimo, en cómo todo ha subido mientras que ella sigue ganando lo mismo. “Hay que trabajar nomás y ponerle cariño a lo que uno hace, aunque no te guste”, dice despacito, como para convencerse.

Su sueldo no alcanza ni para darle las gracias. Menos para darle de comer a su familia, a sus hijos, a sus nietos o pagar un tratamiento decente para su marido.

Se acomoda su traje azul. Le queda grande. Quizá fue de otra mujer que se dio por vencida en plena batalla, cansada de ser un fantasma entre tanto movimiento. El tiempo para ella corre distinto, porque mientras los consumidores piensan en qué compararan, ella piensa en como sacarse la cresta para juntar más plata. “Hay que ponerle el hombro nomás chiquilla, aguantar”.

Me da un beso en la mejilla para despedirse y me abraza fuerte como si quisiera agradecerme por algo. Sus ojos brillan, me lanza una sonrisa que casi oculta su cansancio. Casi. Le sonrío también, esperando que sirva de algo, pero sabiendo que en verdad no servirá de nada.

6.02.2008

Libro "El don de arder":

VOCES FEMENINAS PARA EL MUNDO

El don de arder es una selección de casi 60 perfiles de vida, realizados por la periodista y escritora catalana Ima Sanchís, a distintas mujeres alrededor del mundo. En estos, la autora devela los mundos interiores de sus interlocutoras, los que –a pesar de sus diferencias- coinciden en historias de vida personales, que se convierten luego en pequeños pasajes desde donde observar y aprecias relatos culturales desconocidos hasta ahora.

Por Patricia Díaz Rubio

Ima Sanchís declara “si no es para dar esperanzas, es mejor no escribir”. Aquella convicción parece convertirse en el hilo conductor de las páginas que construyen El don de arder, una colección de perfiles de vida realizados a 59 voces femeninas. A pesar de que las conversaciones que la autora sostiene con sus entrevistadas parecen disímiles entre sí, Sanchís configura un denominador común entre éstas; tal como lo afirma el subtítulo escogido para la obra, los relatos retratados versan sobre mujeres que con sus actos y convicciones otorgan una esperanza para quien las lee, al saber que de una u otra forma, ellas están cambiando el mundo que las rodea.

El don de arder propone al lector un viaje por distintos países, épocas y contextos sociales; pero por sobre todo, el lector viaja al interior de la vida de mujeres –algunas en camino a convertirse en mujeres aún- cuyas historias personales logran trascender los escenarios locales, de su países, sus tribus, sus propia culturas, volviéndose relatos universales, que conmueve sin importar época ni edad. De estos recalca la figura de la empresaria malauí Joyce Banda, cuyo perfil crea conciencia en torno al maltrato femenino en África, así como la historia de Arati, una niña india de 12 años cuyas palabras revelan temáticas como el trabajo infantil, la pobreza en oriente, y lo desigual de la estructura social india para con las mujeres.

Sin restarle importancia a ninguna de sus entrevistadas, Ima Sanchís construye–desde las preguntas realizadas a sus interlocutoras- y articula – ya a la hora de plasmar en papel sus historias- más de 50 relatos duales, poseedores de una doble lectura, de una permeabilidad sumamente interesante. El lector puede internarse tanto en las vivencias personales de las protagonistas, como en las tramas que se develan de fondo, los contextos sociales, políticos y culturales que envuelven a estas mujeres y sus relatos.

Quizás sea esta la gran característica que define a El don de arder, el cual establece una cierta empatía con quienes se vuelven cómplices de estas voces que abren y comparten un pedazo de sus vidas. A pesar de que decenas de nombres mencionados en estas páginas sean desconocidos, es posible relacionarse con sus vivencias; historias que parecen pequeñas, pero que gracias a la labor de la autora, de pronto se tornan globales y universales, formándose una identificación entre el lector y sus protagonistas, y lo que éstas tienen que contar.

Tal es el caso de las historias de Rosa María Carbonel y Estela Carloto. La primera es una madre que conversa con Ima acerca de lo que ha significa enfrentar el cáncer de su hija Irina, mientras la segunda es una mujer de edad que lucha con Las Abuelas de la Plaza de Mayo, en Argentina, por encontrar a su nieto –hijo de su asesinada hija Laura- desaparecido durante la dictadura militar de ese país. Ambos perfiles de vida, de increíble peso emocional, narran la historia dos mujeres que viven el dolor de manera distinta, pero que a la vez, abren la puerta a un relato transversal, quizás mayor que sus propias vivencias: el dolor que significa para una madre vivir la enfermedad de un hijo, y las terribles huellas de una tremenda coyuntura social y política como es la dictadura militar en Argentina, respectivamente. Ambas historias conmueven sin importar rostros, nombres o apellidos.

Una sensación similar se repite a lo largo de las páginas de El don de arder. Ima Sanchís a través de sus perfile de vidas –presentados en un estilo de escritura que lamentablemente se hace algo monótono- devela experiencias personales cuyos planos se abren luego para descubrir una serie de verdades culturales, muchas de ellas desconocidas para el mundo occidental, cuya labor parece centrarse en darle protagonismo a los formas de enfrentar el mundo de 59 mujeres, más y menos importantes, más y menos reconocidas, pero que se esfuerzan día a día por modificar el entorno que las rodea.

4.14.2008

22 de abril.Plaza Italia.Marcha contra el TC.


Manifestación en las afueras del TC

NI UN BOMBÓN, NI UN PRIVILEGIO

Ese es el lema de los manifestantes que el miércoles pasado reanudaron su lucha ante el Tribunal Constitucional, exigiendo el derecho a utilizar la “píldora del día después” (Postinor -2), y otros métodos anticonceptivos compuestos de Levonorgestrel, los que serán prohibidos por el fallo una vez que éste se apruebe.

Por Patricia Díaz Rubio.
Fotos: Fran Palma

El flujo vehicular está estancado en la calle Santo Domingo. Son las 12:15 de la tarde y el sol pega sobre las cabezas de los oficinistas. Las bocinas indignadas y el ruido de los motores cercanos impiden escuchar los cánticos del grupo manifestantes que empieza a instalarse en la vereda sur de la cuadra, poco antes de llegar a la esquina de Mac-Iver.

Son cerca de 30 personas reunidas, cifra que aumentará con el paso de los minutos, y que ya comienzan a calentar gargantas y levantar carteles frente a la Casa Velasco, el colonial edificio donde hoy se encuentra el Tribunal Constitucional de Chile. Esta es la misma institución que hace dos semanas aprobó la petición de 36 diputados de la Alianza por Chile de rechazar la repartición de la “píldora del día después”, y otras cuatro pastillas anticonceptivas compuestas de Levonorgestrel, en los consultorios nacionales.

“¡Nosotras parimos, nosotras decidimos!”, es el primer grito que lanza una de las dirigentes de la protesta, megáfono en mano, alentando a un grupo compuesto mayoritariamente por mujeres de distintas edades, condiciones socioeconómicas y participación en agrupaciones sociales. Además de la presencia de funcionarios de la salud, actrices como Malucha Pinto y María José Bello, transeúntes, periodistas, estudiantes universitarios y escolares, todos dispuestos a manifestarse por una situación que atenta “contra la libertad, contra la vida”, tal como lo señaló una de la representantes de la Asociación Chilena de Protección de la Familia en una improvisada conferencia de prensa.

La manifestación también contó con las palabras del presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Jaime Zamorano, y Tamy Palma, en representación de estudiantes secundarios, quien ironizó con la figura del abogado Jorge Reyes, patrocinador de la petición de los diputados aliancistas: “me imagino que él debe tener una capacidad de abstinencia increíble”, señaló la escolar de 16 años, generando las risas de un grupo que entiende la medida como una "acción ridícula, que retrocede las políticas de salud pública a una época medieval", tal como se le oyó decir a los presentes.

Finalmente, el llamado de los organizadores fue a reencontrarse el próximo 22 de abril en una gran marcha contra el Tribunal Constitucional, con el fin de desacatar su decisión, y exigir la derogación del fallo, esperando la adhesión de diversos sectores sociales que se atrevan, tal como este miércoles, a levantar carteles que versen “ni un bombón ni un privilegio, la pastilla es un derecho”.

12.03.2007

EDITORIAL

PORQUE TODO VUELVE A LA MATRIZ

El mundo no se hizo en 7 días ni salió del dedo divino de un hombre. El mundo no partío de un gran estallido que de pronto nos puso aquí y ahora, entre edificios y autos con celulares en la mano. Seguramente, la mujer tampoco nació de la costilla de un hombre, a menos que claro, Adán haya tenido útero alguna vez en su vida.

Vivir en un mundo donde todo gira en torno al falo -a sus glorias y no a sus fracasos-, de seguro no ha sido fácil. Situarse a la derecha de Dios padre, quien nos dio la costilla de Adán y con ella, la vida, nos ha dado la humilde tarea de servir y pagar el precio de ser mujer en cómodas cuotas mensuales. Podemos ser damas, señoras o señoritas; a veces perras, putas o bataclanas. Pero siempre relegadas a la cocina, al matinal y a la dulce espera del sostenedor; siempre desde la mirada de alguien más, desde la cual la información para la mujer sólo concierne a la última moda o a las recetas de cocina.

Por ello, La Matriz pretende abordar la actualidad desde una perspectiva de género, yendo más allá de la ropa y los accesorios, y reivindicando lo propiamente femenino, rescatando la inserción social que se ha logrado desde el siglo pasado, por medio de codazos, empujones y gritos. Porque no somos ni reinas ni seres delicados, porque más que respeto buscamos igualdad de trato, porque somos fuente de origen y todo vuelve a nosotras; hoy, vuelve a La Matriz.

EUFEMISMOS PARA LA PALABRA VAGINA


Por Romina Reyes A.

Hemos acostumbrado por mucho tiempo a metaforizar todo lo que se encuentra debajo del ombligo. Hasta ahí, todo es políticamente correcto. Hacía abajo, la cosa se pone turbia.
Borremos esas feas palabras del lexico social, porque son cosas que están ahí, que todas tenemos, pero mejor no nombrarlas, porque la V word suena tan... vulgar; mejor digámosle choro, chorito para los más cariñosos; chonfla o chonflis, fifi para las viejas cuicas, concha para los clásicos, coño para los europeos, sapo o zorra para los amantes de los animales; la chauchera o la sonrisa vertical, porque ni siquiera Word reconoce la palabra vagina. ¿Será que Bill Gates salió de la concha de su madre?
Comencemos a llamarla por su nombre, basta de omitirla y de cubrirla en las conversaciones, al igual como suele ocultarse todo lo femenino a menos que, claro, esto signifique dos pechos muy grandes o un culo en colaless ad portas de un koala.
Dígala, son sólo tres sílabas: Va-gi-na. Ahora, sin sonrojarse. No existe razón para avergonzarse de lo que guardamos entre las piernas, todo porque desde pequeñas nos meten en la cabeza que hay que mantenerlas juntas y bien cerradas, porque si no se ve "feo". No se ve feo, simplemente se ve parte de lo que somos, sin eufemismos de por medio.

Gay parade 2007, Open Mind Fest:

DESORDEN EN LA VÍA PÚBLICA

El sábado 17 de este mes se realizó el Gay parade en las calles del paseo Bulnes. Si bien, el evento no llenó el boulevard santiaguino, sí logró meter harto ruido durante las 6 horas que duró la parada homosexual.

Por La Callejera.



Qué habría dicho don Manuel Bulnes de ver espectáculo semejante moviéndose en forma de masa en el paseo que lleva su nombre. Qué cara habría puesto de ver a la variopinta multitud que se agolpó a lo largo de la calle para participar en la segunda versión del "Gay parade" realizada en Santiago de Chile. Sí, Chile, ese país ultraconservador que en cualquier momento se nos cae al Pacífico.

-Don Manuel –le hubieran dicho- esto es pluralismo.

Desde la estación del metro La Moneda se observaba el arcoiris venir, con niñas de la mano de otras niñas, y hombres besando las bocas de otros hombres. "Qué atroz", hubiera dicho mi abuela de haber visto aquello en medio de la parada, porque de esas apenas conoce la militar de los 19 de septiembre. Estos eventos con distintos nombres, todos apellidados “parade” –en inglés, claro, en español es mucho menos cool-, se toman espacios urbanos para hacer fiestas a vista y paciencia de toda la ciudad.

A lo largo del paseo, flameaban las banderas del Móvil - Movimiento de Integración y Liberación Homosexual- el ente organizador del evento de la mente abierta. Junto a ellas, banderas de siete colores que representan la diversidad y la integración; cerca del primer escenario, múltiples cámaras que captaban el momento, de las que algunos lolos se alejaban para mantenerse en el anonimato sexual. El segundo escenario, dispuesto a metros de la calle Tarapacá y más atrás, llegando al parque Almagro, el tercero y último dispuesto sobre un bus. A las dos de la tarde sonó la primera canción que le dio un aspecto de disco gay a la tarde dominical del centro de Santiago, con una multitud que crecía mientras pasaba la hora, venerando a gogo dancers que bailaban en las alturas.

A cada paso caían del cielo volantes de fiestas, locales, moteles, y uno que otro calendario rosado con la foto de un musculoso en pelotas… literalmente. Juan Pablo, funcionando como guía turístico, saludaba cada dos pasos a gente conocida o desconocidos por desconocer. Niñas de todos colores, niños que lo apretaban fuerte al abrazarlo. Caminar una cuadra tomaba cerca de diez minutos al lado de su popular presencia, porque en el fondo, todos se conocían un poco, por toparse siempre en los mismos lugares, las mismas fiestas vespertinas, las tardes en el Parque Forestal, las recurridas visitas a los lugares comunes de los cuales los jóvenes gays se apropian, haciendo lo suyo algo pintoresco digno de captar en una cámara turista.

El orgullo gay tocado a todo volumen, gritado a la cara de los transeúntes que se toparon con el espectáculo a dichas horas. A los lados, vendedores callejeros, ambulantes, los mismos que a la salida del recital te venden el cintillo, el sticker, la chapita o el llavero, hoy vendían banderitas arcoiris a trescientos pesos, IVA incluido, las que se agitaban en el aire cada vez que la música lo ameritaba.

Por el paseo circulaban, tal como si fuera una pasarela, travestis acicalados con plumas y pantalones muy apretados, que de verlos, mi madre hubiera invocado varias veces a Dios, Jesús o a la Virgen María. Al pasar a su lado, miraban coquetos –o coquetas-, lanzaban besos y no se molestaban de posar para las cámaras de quienes participaban en la parada y pisaban el suelo cubierto por latas de cerveza aplastadas y botellas que iban de un lado a otro en medio del baile.

Bailando en todas direcciones, los cuerpos rozaban otros cercanos, moviéndose en masa, con cajas de vinos que pasaban de mano en mano y de boca en boca, igual que cigarros, pitos y otras cosas. Un desorden que en otro contexto habría sido penalizado por los mismos carabineros que hoy resguardaban la jarana de los diversos sexuales frente a La Moneda.

Y porque, como dijo el travesti encargado de animar a la multitud, “nada es eterno, sólo el mariconeo”, puntualmente a las 8 se desenchufaron las consolas para mandar a la masa diversa de regreso a los hogares, o, en su defecto, a continuar la fiesta en la discoteque Blondie; la masa que durante una tarde le gritó a la cara su homosexualidad a los paisanos que hubieron de cruzarse con el carnaval europeo, made in Chile, mientras de seguro, don Manuel se revolvía en su tumba.