EL DESPERTAR HOMOSEXUAL
¿Qué diría usted si viera a su niñita en edad pingüina de la mano con una compañera? Pues, prepárese, porque lo que hasta hace poco nos parecía aberrante, actualmente es una verdad más cercana de lo que se podría pensar. La homosexualidad ha dejado de ser un tabú, al menos dentro de las nuevas generaciones. Hoy, darle un beso a una persona de un mismo sexo no es una ignominia, es una posibilidad.
Por Patricia Díaz y Romina Reyes.
La “heterocuriosidad”
Para los especialistas, el concepto "heterocuriosidad" no existe. El término, relativamente nuevo y sin sustento científico, es acuñado entre los jóvenes para referirse a aquellos pares que, si bien no son abiertamente homosexuales, han tenido algún tipo de estas experiencias, las que van desde un sencillo beso a una relación de pareja.
Con o sin respaldo del colegio médico, la “heterocuriosidad” es una tendencia que crece entre los jóvenes de edad escolar, y bastante. Es sólo cosa dar una vuelta por el Parque Forestal en la tarde de un día viernes, o visitar espacios bailables alternativos como el Galpón Víctor Jara o la discoquete Blondie, para descubrir a cientos de adolescentes quienes son libres de experimentar besos y abrazos con parejas de su mismo sexo sin mucho compromiso, al son de su propia banda sonora.
¿Puede considerarse a la “heterocuriosisdad” como una nueva tribu urbana? Quizá, pero ésta, al contrario del resto de la tribus que caracterizan la juventud chilena, trasciende el tema estético, situándose por debajo de la ropa.
Sin embargo, a pesar de lo que dicte la lógica, los jóvenes que se dejan tentar por esta curiosidad están aún a años luz de colgarse la estampa de “homosexuales”; aquella palabra parece cargar una seriedad, una cierta responsabilidad que los adolescentes no están listos aún para aceptar. Total, un beso no dice nada.
"Yo no creo que deje de ser hetero porque me hayan gustado minas, y no me cierro a la posibilidad de que me sigan gustando".
Valentina, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat
Los jóvenes parecen tener claro que esta “heterocuriosidad” poco tiene que ver con identidades plenamente definidas; tal como lo dice el término, es sólo curiosidad: curiosidad de saber cómo es, qué se siente, a qué sabe. Esa curiosidad que nace de una generación que viene con menos tabús que sus predecesoras, al alero de una cultura de masas cada más desinhibida, que fomenta el atreverse a nuevas experiencias.
Tal como los medios de comunicación se han encargado de ilustrar, mediante cámaras ocultas en antros bailables, visitas a galerías fotográficas y videos en internet, para los jóvenes el tema sexual ya no tiene nada de prohibido; es más, ni las mejillas sonroja. Cosa similar sucede con la homosexualidad.
La experimentación con lo homosexual se da tanto en hombres como mujeres, sin embargo, estas últimas parecen ser más aceptadas al interior de una sociedad machista, que lejos de restarle feminidad a una mujer de la mano con otra, dota la imagen de un erotismo de fantasía. Esta búsqueda de lo sexual nace en el lugar donde se da el mayor roce entre sexos –iguales o diferentes- en la vida pre-adulta: los establecimientos educacionales. Así es como muchas niñas encuentran en sus compañeros de curso un pololo; otras se atreven a cambiar de vocal.
Caldo de cultivo: colegios de mujeres
Los ambientes que reúnen a muchas niñas por largas horas al día parecen ser los lugares ideales para cultivar la curiosidad sobre lo homosexual. Las alumnas de colegios femeninos emblemáticos, tales como el Carmela Carvajal, ubicado en la comuna de Providencia, o el Liceo 1, en Santiago Centro, saben de esto. Ambos colegios hoy, además de cargar con su alumnado de excelencia y sus puntajes nacionales, también soportan el rumor que hace que sus alumnas sean apuntadas con el dedo: hay lesbianas al interior de sus aulas.
Pero las niñas no se espantan. Conviven con el tema día a día, y ya lo consideran algo normal, a pesar que la política interna de los colegios suele oponerse determinadamente a cualquier “manifestación o prurito sexual”, tal como lo estipula el reglamento interno del Colegio Carmela Carvajal desde el año 2005.
“Se habla del matrimonio, y es una cosa hetero. Si una tira comentarios respecto al tema (de la homosexualidad), es siempre no, es anti natura, no es normal. Esto es malo”.
Rosita, Camila, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat, Providencia
Situación similar ocurre en el Liceo 1. Su reglamento interno también especifica la prohibición de manifestaciones de orden homosexual. Sin embargo, para las alumnas, esto hablaría de una situación contradictoria.
“En el reglamento ponen que se acepta la pluralidad y todo eso, siempre y cuando no se haga al interior del colegio. O sea, en el fondo, igual no lo aceptan”
Carla, de 17 años. Liceo 1, Santiago Centro
Al final, no es que los colegios nieguen la situación que ocurre al interior de sus salas de clases, es sólo que prefieren omitirla. El Liceo 1 pone muchas dificultades para tratar de conversar de cualquier tema que respecte a sus políticas, mientras que el Colegio Carmela Carvajal no está abierto al debate sobre el tema “por orden de Dirección”, tal como dijo su orientadora al negarse a responder esta entrevista.
La omisión del tema por parte del colegio no impide que éste se trate tanto dentro como fuera de sus salas de clases. De las niñas encuestadas en ambos establecimientos, el 80% afirma haber tenido experiencias homosexuales, pero ninguna se declara lesbiana. Al nombrar esa palabra, todas entornan los ojos, como si no pudieran con ese peso, con la seriedad que implica adherirse al apelativo identitario. Sin embargo, la cosa es más sencilla cuando se habla de bisexualidad.
“Yo creo que… es que yo he escuchado que la bisexualidad no existe. O eres negro o eres blanco, ¿cachai? No puedes ser del medio. Pero si existe de verdad, yo digo que soy bisexual, porque no puedo decir ‘ay, soy heterocuriosa’ si tuve una relación de tres años con una mina. Que mi mamá supo y todo. Porque hay minas que son heterocuriosas. Que en el fondo, están experimentando. Que quieren probar.”
Camila, 18 años, Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
Así, el desenvolverse en un ambiente donde la homosexualidad es todo menos algo tabú funciona como el mejor enganche para que muchas niñas, en especial aquellas que están apenas integrándose a comunidades educativas tan amplias como éstas, comiencen no sólo a aceptar el tema de la homosexualidad, sino a tener roces directo con éste, ya sea a través de sus experiencias personales o las de sus pares. Dicha aceptación estaría dada por una maduración natural de cada niña, además de la propia concepción que cada familia posea del tema al interior de su hogar.
“Yo creo que se hace normal por el liceo… por estar siempre con niñas así”
María José, 16 años. Liceo 1. Santiago Centro.
“Una que lo vive y tiene que compartir con ‘esto’, lo acepta y ya de alguna forma, la mente se abre un poco más..."
Rosita, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
Sin embargo, las chicas tienen claro que de estos “experimentos” sólo algunas resultan ser verdaderamente lesbianas. Saben que muchas de sus compañeras caen en la moda, en lo que todas hacen, o en lo que sirve para encajar. Porque a diferencia de lo que se podría pensar, o las ideas que reinaban en otra época, la “heterocuriosidad” existe, y para estas jóvenes parece de lo más normal.
Al final, el despertar sexual propio de la adolescencia se extiende hasta los límites de la heterosexualidad, y pasa también para el otro lado. La curiosidad puede ser tan sólo una etapa o un momento determinante para el resto de la vida de las niñas que viven dichas experiencias, sea por la razón que sea. Depende de cada quién.
“Como la sexualidad es un mundo tan amplio, que por descubrirlo quizá por moda, empiezas a probarlo, comienzas a confundirte, y te queda gustando. Pero yo creo que la moda y el medio influyen mucho.”
Rosita, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
La cara B: cuando las monjas te miran
Pareciera que hoy el viejo prejuicio que rondaba a los colegios femeninos se concretara de manera bastante notable. Amigas que se besan en los pasillos, compañeras-pololas que comparten bancos… es la tónica que caracteriza a muchos colegios de mujeres en la capital. Pero no todos son tan así.
Sólo basta mirar en establecimientos educacionales de comunas más acomodadas, la mayoría de financiamiento particular y con tendencias religiosas católicas, para notar diferencias en las opiniones, percepciones y experiencias de las jóvenes. Aquí el tema de la homosexualidad parece tocarse muy a lo lejos, y la mayoría de las niñas sostiene que prácticamente nunca ha sabido de alguna compañera que se diga lesbiana. Si bien, reconocen que la curiosidad de probar cosas nuevas opera indistintamente de los sectores sociales, aseguran que las enseñanzas y estructuras de cada colegio actúan como límites de muchas cosas.
“En los colegios católicos siempre te enseñan eso de ‘el papá y la mamá’, y nunca te enseñan que hay otra posibilidad. Cuando uno es más grande al final descubre que hay otras cosas, pero ya estás acostumbrada a esa forma de ver la vida, que tú te casas y tienes marido bonito con hijos bonitos”
Rocío. 15 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia.
“Nuestro colegio es súper clasista, racista, hace las diferencias ene. Yo creo… es que también hay tema social en eso. Todo va en el modelo de mujer que está en el colegio, la mujer que se va a casar, que va a tener hijos lindos, yo creo que también es por una cosa así… hay niñas que no quieren ni estudiar, que se quieren casar con un mino con plata… es otra concepción de la mujer”
Teresa. 15 años. Colegio La Maisonnette, Vitacura
A demás, las posturas religiosas de este tipo de colegios censuran, y muchas veces sancionan, actitudes que posean algún tipo de carácter homosexual, limitando aún más la opción de las alumnas de conocer, acceder e incluso comentar el tema.
“Las actitudes acá en el colegio son demasiado… a mí me pasó una vez que le di un beso a una amiga en la nariz y me mandaron a inspectoría. Llamaron a mi papá y le dijeron que yo tenía comportamientos lésbicos y que yo era rara. Mi papá me pregunto qué onda y fue como ‘papá, en verdad no’. Si fue un beso en la nariz no más, como de cariño de amigas… no sé, fue muy exagerado”
Rocío. 15 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia
Por lo mismo, las alumnas reconocen que los colegios deben comenzar a cambiar sus perspectivas con respecto al tema de la homosexualidad, en especial debido al carácter que éste ha adquirido socialmente, alejándose cada vez más de tabú y convirtiéndose en una realidad, común y corriente.
Dime con quién andas…
A pesar de la influencia que pueden ejercer los programas educativos y formativos de ciertos colegios en las conductas personales de sus alumnas, podría decirse que el ambiente social donde éstas se desenvuelven, ya sea fuera o dentro del mismo establecimiento, siempre tiene la última palabra. Aún cuando los profesores intenten fomentar un punto de vista con respecto a algún tema, en este caso la sexualidad, no hay mejor límite de conductas como las que pone el propio ambiente social en que las niñas se desenvuelven.
Mientras en otros colegios de mujeres las adolescentes tocan el tema de la homosexualidad abiertamente, las alumnas de colegios particulares católicos parecen sentir cierto recelo con respecto a éste. Ya sea por las familias o los amigos, el sólo hecho de mencionar el tema incomoda a estas chicas quienes a veces prefieren restringirse un poco de la discusión, evitando incluso mencionar la palabra “L”.
Aquí el “qué dirán” funciona como la fórmula intimidante por excelencia, inhibiendo cualquier conducta que no responda a lo común, a lo que todo el resto haría. Cualquier actitud que resulte diferente es un signo potencial de discriminación y el denominarse lesbiana o bisexual califica perfectamente, tanto para a la aludida como para su círculo cercano.
“Yo no sé si aquí hay niñas lesbianas o no… yo creo que no se dice, porque igual está estigmatizado… que si una niña es lesbiana la miran feo; quizás no es su entorno de amigas, pero si el resto. Por ejemplo, si fuese una niña de primero nosotras la miraríamos feo. Quizás en su curso no, porque la quieren… pero mientras no sea una persona del grupo, igual se la rechaza”
Valentina. 16 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia
“Aquí todo se sabe, como colegio de puras mujeres, colegio chico… si tú carreteaste el fin de semana y te agarraste a un gallo, el lunes todo el mundo lo sabe. Si una niña lo dijera a todo le mundo le llegaría rumores, la apuntarían con el dedo”
Daniela. 16 años. Colegio La Maisonnette, Vitacura
Cuando deja de ser un juego
Fuera de los límites del colegio, comienza el mundo real. Aquel mundo en el que la homosexualidad ocupa un lugar relegado dentro de la sociedad, donde se perfila realmente como esa minoría que se muestra de vez en cuando, y con precauciones. Para algunas, la curiosidad llega hasta la puerta del colegio. Para otras, termina la curiosidad y empieza lo real.
Valentina y Daniela egresaron el año 2006 de un colegio municipal. En noviembre cumplieron un año de pololeo. Para ellas, el lesbianismo dejó de ser un sabor nuevo de helado para probar; hoy es la identidad con la que salen a la calle.
Reconocen que el colegio era una especie de burbuja donde el lesbianismo no era mirado con malos ojos: “Tenemos claro que la homosexualidad es una minoría, y en nuestro colegio era mayoría. Era extraño, y claramente no todas eran realmente lesbianas… Muchas de ellas eran por moda, y otras porque en ese minuto lo sintieron y después: filo, fue no más” Dice Valentina. Para ella, todo comenzó como un juego en octavo básico. “Yo, por lo menos, la otra niña también. Después empecé a sentir cosas, por niñas. Y de ahí vinieron los pololeos y esas cosas”.
Para Daniela y Valentina la experimentación fue fundamental para descubrir su verdadera identidad sexual. Ello, junto con el ambiente de tolerancia que las rodeaba en el liceo –al menos, por parte de sus pares- las ayudó a asumirse sin auto recriminaciones y a tomar el proceso de forma natural. “Yo creo que es lo mismo que les pasa a las niñas heterosexuales cuando están en la etapa en que cada fiesta se agarran a diferentes tipos. Es como lo mismo. Es también por definirse, por probar, conocer. Lo mismo que hace esa niña con hombres, nosotras lo hicimos con mujeres. Y como en el colegio era algo tan normal, era cosa de hacerlo y ya. No había nada que te reprimiera.”
Sin embargo, afuera la cosa es distinta. Daniela nos cuenta su experiencia al entrar a la universidad: “En la U es complicado. Al principio siempre sale el tema, y tú escuchas la opinión de tus compañeros y te vas haciendo una idea. Mis compañeros hombres hablan el tema de la homosexualidad, de los gays, y hablan pestes: los suben y los bajan. Pero no se refieren al tema de las mujeres. Y mis compañeras como que no tienen ninguna inclinación hacia ninguna de las opiniones. Pero al principio en la U me costó mucho. Tú ves que en la U en general como que no se toca el tema”.
Al final, cada colegio actúa como una burbuja que busca proteger a sus alumnos de alguna realidad que resulte lacerante. En algunos, el roce constante de niñas con las mismas inquietudes en torno a la homosexualidad ayuda a que el proceso sea tomado de manera más natural, quitándole el descalificativo “aberrante” a la situación. Y si bien no son todas las niñas que experimentan, sí se da una aceptación general por parte de éstas, que de no ser tal, podría actuar como agente represor de la propia identidad de muchas jóvenes que ven en la homosexualidad su verdadero “yo”.
Pero "colegio de mujeres" no es sinónimo de lesbianismo. En los colegios mixtos la situación también se da, sólo que en menor medida, ya que el tema no sólo depende del ambiente, sino de los valores, las familias, y el medio social donde las jóvenes se desenvuelvan.
De haber estado en otro colegio, ¿habrían sido las mismas? Ni Daniela ni Valentina lo saben con seguridad. Sin embargo, hoy el proceso que las llevó al lesbianismo poco importa frente a los hechos. El jumper, la corbata, la curiosidad y el clóset, se quedaron atrás.